"Como
muchos de mis contemporáneos, estaba convencido de que cuantas más experiencias
tuviera y cuanto más intensas y fulgurantes fueran, más pronto y mejor llegaría
a ser una persona en plenitud. Hoy sé que no es así: la cantidad de
experiencias y su intensidad sólo sirve para aturdirnos. No creo que el hombre
esté hecho para la cantidad, sino para la calidad. Las experiencias, si vive
uno para coleccionarlas, nos zarandean, nos ofrecen horizontes utópicos, nos
emborrachan y confunden… el alma
humana sólo se alimenta si el ritmo de lo que se le brinda es pausado.
...
limitarse a vivir: dejar que la vida se exprese tal cual es, y no llenarla con
los artificios de nuestros viajes o lecturas, relaciones o pasiones... La
verdadera vida está detrás de lo que nosotros llamamos vida. No viajar, no
leer, no hablar…: todo eso es casi siempre mejor que su contrario para el
descubrimiento de la luz y de la paz.
El
silencio es sólo el marco o el contexto que posibilita todo lo demás. ¿Y qué
es todo lo demás? Lo sorprendente es que no es nada, nada en absoluto: la vida misma que transcurre, nada en especial.
Claro que digo "nada", pero muy bien podría también decir
"todo". Para alguien como yo, occidental hasta la médula, fue un
gran logro comprender, y empezar a vivir, que yo podía estar sin pensar, sin
proyectar, sin imaginar, estar sin aprovechar, sin rendir: un estar en el
mundo, un con-fundirme con él, un ser del mundo y el mundo mismo sin las
cartesianas divisiones o distinciones a las que tan acostumbrado estaba por mi
formación... No hay que inventar nada, sino recibir lo que la vida ha
inventado para nosotros; y luego, eso sí, dárselo a los otros. Los grandes maestros son, y no hay
aquí excepciones, grandes receptores".
(Pablo D'Ors, Biografía del silencio).
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