“La creencia de que los ingresos elevados
se asocian a un estado de ánimo positivo está muy extendida pero es, en su
mayor parte, ilusoria”. Con
esta frase encabezan Daniel Kahneman y su equipo un artículo de investigación publicado
en la prestigiosa revista Science. (Kahneman, D. et al., 2006. Would you be happier if
you were richer? A focusing illusion. Science
312(5782):1908-10). Las personas
con ingresos por encima de la media están relativamente satisfechas con su vida
–continúan- pero apenas son más felices que los demás, no pasan más tiempo en
actividades agradables y tienden a estar más tensos. Además, el efecto de los
ingresos sobre la satisfacción vital tiende a ser transitorio. Es decir, uno se
“acostumbra” pronto a su nivel de ingresos (nivel de vida) y deja de producirle
satisfacción.
En un artículo posterior,
Kahneman analiza con más detalle la diferencia entre la satisfacción vital (lo que piensan
las personas sobre su vida) y el bienestar
emocional (esto es, la “calidad emocional” de la experiencia cotidiana,
incluyendo aquí emociones básicas como el placer, la tristeza o la ira, pero
también experiencias más complejas como el estrés, la “felicidad” y el cariño) (Kahneman,
D. & Deaton, A., 2010. Proc Natl Acad Sci U S
A. 107(38):16489-93.)
Analizando datos de una
amplia muestra de personas encuestadas, observan que el nivel de ingresos está
más relacionado con la satisfacción vital que con el bienestar emocional; en
palabras de Kahneman et al, “los ingresos
elevados compran la satisfacción pero no la felicidad”. El estado de salud, la soledad y el ser
fumador, por poner algunos ejemplos, son
predictores más potentes del estado emocional cotidiano. No obstante,
cuando los ingresos están por debajo de un determinado umbral, se asocian tanto
con baja satisfacción como con bajo bienestar emocional.
Dejando a un lado –por esta
vez- la compleja cuestión de la definición de la “felicidad” (la equiparación que
hace la investigación psicológica de la felicidad con bienestar emocional o con
alegría requiere, desde mi punto de vista, muchas matizaciones) me atrevo a
aventurar, a partir de lo antedicho, que el
ansia que parece dominar a muchas personas por poseer más y más, por
enriquecerse sin límite, no tiene en absoluto que ver con una experiencia
positiva de la propia vida. ¿Entonces, por qué los que más tienen viven
empeñados en seguir acumulando? ¿Será que nos volvemos esclavos de nuestras
posesiones y nos encadenamos voluntariamente, aunque casi sin darnos cuenta, al
Amo Dinero? ¿Cuál es el motor que mueve el mundo, entonces? ¿Tal vez el MIEDO? ¿Por
qué, si no, nos empecinamos en la prosecución de más logros y más riquezas, que
no sólo no dan la felicidad (en mi
propia definición de este término) sino que ni
siquiera aportan alegría o bienestar? Aunque sin intención de echar balones
fuera (pues toda mirada hacia fuera debe partir de una mirada hacia dentro), me
pregunto ¿serán conscientes los políticos, banqueros y todos los “grandes” de
nuestro tiempo de que sus decisiones y actuaciones dañan y empeoran la vida de
muchos, pero no mejoran la suya propia?