Es una tarde de (casi) finales de verano, una tarde, por
cierto, agradablemente fresca y, mientras descanso antes de reanudar mis
tareas, observo la multitud de pensamientos que pasean por mi mente en
tranquilo desorden. Me detengo en el jardín zen. No es que tenga uno, ni "de
verdad" ni de adorno, pero la imaginación puede construir cualquier tipo
de jardín que uno desee ¿o no? Y decido seguir el hilo de esta
imagen-pensamiento.
El jardín zen (al que me refiero, que no es el de verdad sino el de "juguete") es un producto curioso, que desde hace tiempo
puede encontrarse en las estanterías de todo tipo de tiendas y cuya
descripción ahorro al lector porque es seguro que habrá visto más de uno. Está hecho a imitación de un tipo de jardines
japoneses, supuestamente utilizados como forma de meditación por los monjes Zen
(no soy experta en esto, pero wikipedia da una explicación bastante completa).
Me digo a mí misma que es sorprendente el nivel de ventas que debe haber alcanzado esa parcelita de madera con arena de colores, para que se pueda encontrar en "todas partes". Me recuerda a los best-sellers, esos libros que (salvo honrosas excepciones, supongo) alcanzan récords de venta casi antes de haberse vendido, maravillas del marketing. Pero no quiero desviarme de tema. El jardín zen me parece a mí que tiene que ver, al menos en parte, con el auge de todo lo pretendidamente "budista" o, más genéricamente, "oriental", en nuestra sociedad occidental contemporánea. Como la difusión del yoga, el taichí, el reiki, el mindfulness o… (posiblemente me dejo algún término más reciente, no suelo estar a la última en cuestión de modas).
Me digo a mí misma que es sorprendente el nivel de ventas que debe haber alcanzado esa parcelita de madera con arena de colores, para que se pueda encontrar en "todas partes". Me recuerda a los best-sellers, esos libros que (salvo honrosas excepciones, supongo) alcanzan récords de venta casi antes de haberse vendido, maravillas del marketing. Pero no quiero desviarme de tema. El jardín zen me parece a mí que tiene que ver, al menos en parte, con el auge de todo lo pretendidamente "budista" o, más genéricamente, "oriental", en nuestra sociedad occidental contemporánea. Como la difusión del yoga, el taichí, el reiki, el mindfulness o… (posiblemente me dejo algún término más reciente, no suelo estar a la última en cuestión de modas).
¿Y qué tiene que ver esto con la psicología? Pues a un nivel
general, a menudo estas técnicas o productos "de moda" se presentan
como herramientas de auto-liberación, de búsqueda del equilibrio y la paz
mental, de sanación de problemas emocionales o psicosomáticos… Y, en buena
parte, lo hacen con todo derecho: el mindfulness, por ejemplo (palabra inglesa habitualmente traducida
como "atención plena" o "meditación"), es una técnica muy
efectiva para tratar problemas de ansiedad y otro tipo de trastornos, si bien
no es un descubrimiento actual -como algunos pretenden- sino conocido en el
mundo oriental desde hace milenios. Y no es sólo una técnica, sino toda una
filosofía de vida. Otra cosa es que hasta ahora los "occidentales"
nos creyéramos el centro del mundo y pensáramos que no teníamos nada que
aprender de otras culturas. Respecto a los otros términos que he mencionado, podría
decirse algo parecido, pero no entro ahora en eso.
Sin entrar en cuestiones relacionadas con la "crisis", que exigirían capítulo a parte y alejadas de mis pretensiones, el jardín zen me parece una interesante metáfora de nuestra
sociedad del bienestar-consumo (estado del bienestar, sociedad de consumo, consumo del bienestar...). Andamos exhaustos y desorientados, estresados y
angustiados: antes, porque el trabajo "no nos dejaba" tiempo libre, ahora, porque
la crisis "no nos deja" dinero, oscilamos entre el agotamiento y la frustración… No
nos han educado en la paciencia y el esfuerzo, como a nuestros antecesores,
sino en el placer inmediato; no en los deberes sino en los derechos, no en la
argumentación, sino en la queja… Y buscamos soluciones rápidas, bienestar
encapsulado (quizá desde la "era del Prozac", iniciada en los años
80), felicidad que creemos poder comprar con dinero y, aunque no lo creamos, lo
hacemos, por hábito, porque es lo que estamos acostumbrados a hacer: comprar, consumir,
desechar y quejarnos. Buscamos el equilibrio mental, la armonía, y quizá
comprando un jardín zen nos creemos que obtendremos la paz interior, desde
luego con mucho menos esfuerzo que iniciando un camino de autoconocimiento,
aprendiendo a escuchar nuestras emociones o liberándonos de necesidades y
deseos superfluos que no son camino sino obstáculo a esa felicidad que tanto
invocamos.
Me gustaría recordar a quien me leyera -y escribiendo
también me lo recuerdo a mí misma- que el bienestar personal no sube y baja con
las oscilaciones de la bolsa (o es que nos hemos vendido a los "ricos" de este mundo); que la paz
interior no se compra -¡ni se roba!- sino que se construye poco a poco, con
esfuerzo y perseverancia… Y que todos tenemos un jardín zen interior, donde verdaderamente podemos superar la
angustia y encontrar la armonía, si nos atrevemos a descubrirlo y cuidarlo con
amor y paciencia.
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